Cultura

Benjamín Labatut: “Lo que protege del éxito es la obsesión”

La obstinación que mueve a sus personajes y su propia relación intensa con la escritura, atraviesan la obra del autor. Acaba de lanzar "Un verdor terrible", título que ha despertado un contundente interés editorial a nivel internacional.

Por: Sofía García-Huidobro | Publicado: Viernes 9 de octubre de 2020 a las 12:00 hrs.
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Crédito fotográfico: Juana Gómez.
Crédito fotográfico: Juana Gómez.

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Nota publicada el 9 de octubre de 2020:

“Llevo más de siete meses viviendo arriba de la montaña. Vi morir las plantas de mi jardín, que son una de las cosas que más quiero, y luego las vi renacer en la primavera. Tuve miedo, angustia, insomnio. Volví a terapia para sobrevivirme a mi mismo, y luego conocí a un sabio de la montaña que me curó de mis dolores de espalda y que me está enseñando a usar la katana, la espada japonesa, y me hace clases de jodo, el camino del palo”, con estas palabras Benjamín Labatut (40) cuenta cómo han sido estos meses de pandemia, viviendo en la naturaleza cordillerana junto a su mujer y su hija.

 Imagen foto_00000004La foto la tomó su hija Julieta y el perro se llama Kali: ambas están en el último texto del libro, El jardinero nocturno. 

Un verdor terrible (Anagrama, 2020) es su tercer libro y reconstruye historias de científicos y genios matemáticos tan imbuidos en la búsqueda del conocimiento que llegaron a extraviarse o a ser absorbidos por él. El gas mortal creado por Fritz Haber que se transformó en pesticida, el delirio de Alexander Grothendieck por encontrar el “corazón del corazón” en fórmulas matemáticas, la singularidad de Schwarzschild, resuelta en una carta manchada de guerra.

Datos grandiosos que se suceden como pedazos de historia unidos por la escritura del autor. “Uso los mecanismos de la ficción y de la no-ficción para dar vida a ideas que son altamente abstractas y difíciles de comprender, pero absolutamente fascinantes. La literatura permite que las personas entiendan, de una forma estética e intuitiva, aquellos aspectos de la realidad que exceden nuestra capacidad de raciocinio. Hay ficción en todos los textos, y por una muy buena razón: para dar sentido a las historias”, afirma el escritor.

Hacia la luz

Ser publicado por una editorial como Anagrama es un paso inmenso, pero Un verdor terrible además será traducido y editado por Suhrkamp (Alemania), Adelphi (Italia), Éditions du Seuil (Francia), Atlas Contact (Países Bajos), Pushkin Press (Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda) y Elsinore (Portugal).

Labatut nació en Rotterdam y durante su infancia vivió en La Haya, en Lima y Buenos Aires, hasta que a sus catorce años llegó a Chile. Estudió periodismo en la Universidad Católica y mientras ejercía la profesión se obsesionó con ser escritor, con el inconveniente de ser incapaz de escribir. Finalmente lo logró. La Antártica empieza aquí (2012, Alfaguara) es su primer libro y está dedicado a Samir Nazal, el poeta que lo ayudó a ser escritor. Luego vino un periodo de bloqueo que él define como un profundo estado de confusión. De ahí salió Después de la luz (2016, Hueders) donde recorre fragmentos de las vidas de diversos personajes como Freud, Borges, Ramanujan y Einstein. El libro, que no responde a una estructura literaria convencional, generó interés y también críticas.

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Con algunos descartes de Después de la luz se comenzó a armar Un verdor terrible. “Quise hacer un texto que fuera una larga errancia, un párrafo largo sin interrupciones que fluyera según una lógica de asociaciones parecida a la prosa onírica de Sebald. De ahí salió Azul de Prusia. Un verdor terrible está lleno de esos encuentros azarosos: en el primer texto aparece el inventor de la guerra química, en el segundo, un soldado sufre un ataque de gas en las trincheras que lo deja deforme, en el tercero, el padre del protagonista muere en las cámaras de gas de Auschwitz; todos ellos unidos por una bruma, envueltos en aquello que los gringos llaman the fog of war, algo que no se refiere sólo a la guerra, sino a esa ceguera que nos recubre a todos durante los tiempos de incertidumbre (como el que estamos atravesando), y que no nos deja vernos a nosotros mismos, ni intuir el futuro que viene, porque aún no ha tomado forma.

 -La palabra incalificable se repite al definir tu obra. ¿Hay tras de eso una búsqueda de originalidad?

-Cuando algo es demasiado nuevo, la mente no es capaz de reconocerlo y rehúye, quiere escapar o quiere calzarlo en una categoría conocida. Hay un terror atávico en lo nuevo. Pero lo nuevo a veces se impone: eso les ocurrió a varios de los científicos que aparecen en mi libro, y que vivieron en carne propia el éxtasis y el horror de estar frente a lo desconocido. Yo estoy muy lejos de eso, pero comparto algo con los personajes sobre los que escribo y es que en mis últimos libros he avanzado a ciegas, sin saber bien qué estaba haciendo. Ahí se corre un riesgo, porque puedes fracasar con estrépito, y te puedes perder sin vuelta, pero también dejas espacio para que otra cosa –el inconsciente, el espíritu de la época, tu demonio personal, las musas, el Otro, el Santo Ángel Guardián– pasen a través tuyo. Los géneros están ahí para darnos un marco que romper. Los mejores libros son “desgenerados”: En la Patagonia, de Bruce Chatwin; Las sombras errantes, de Pascal Quignard; Algo elemental, de Elliot Weinberger; El festín desnudo, de Burroughs; todos esos libros, todos esos maestros, no caben en categorías, o las amplían para que luego el resto de nosotros pueda transitar por un camino más ancho.

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-Tu libro tiene un ritmo intenso, sin pausas, ¿Se trata de alguna manera de imitar ese vértigo que comparten tus personajes?

-El vértigo es la marca de nuestra época. Y yo lo sufro como todos. No es una decisión escritural, es más bien un padecimiento. Creo que todos lo sentimos: estamos desencadenados, libres de toda atadura, pero perdidos. Somos como el alción, el Martin pescador, cayendo en picada, entrando en el agua con los ojos cerrados, llenos de voluntad y energía, pero completamente cegados por nuestra propia velocidad.

 -Eres periodista y escritor, ¿qué rol juegan las ciencias en tu vida?

-La ciencia y la literatura son dos formas de dotar al mundo de sentido. Yo llegué a la ciencia porque me interesan los fundamentos: eso te lleva de forma inevitable al sustrato más profundo de la ciencia, que son las matemáticas. Pero la ciencia tiene un ámbito, un límite más allá del cual no puede mirar: estudia ciertos fenómenos, pero aquello que todos consideramos más importantes –el misterio, lo sagrado, lo irracional, el sueño, la pesadilla, el deseo–, para todo eso sirve la literatura, que es una hermana más loca, más vieja y desdentada que la ciencia, pero también más sabia porque conoce el lado oscuro del anima mundi, su aspecto caótico, de una forma que la ciencia jamás podrá hacerlo. Hay que tener un pie en cada lado. Porque uno no puede tragarse un telescopio o enfocar un microscopio en nuestros pensamientos para tener una visión más profunda de sí mismo: todos debemos subir a la luz, pero también debemos descender hacia lo irracional.

-Decías en una entrevista que te gustaría ser reconocido afuera, no aquí. ¿Sientes pudor?

-La falta de pudor es uno de los grandes males de nuestra época. En eso, me siento bastante viejo: yo no quiero ser conocido ni reconocido. Yo nunca conocí las caras de mis escritores y escritoras favoritas cuando era joven. Es una lástima que eso haya cambiado. Pero la verdad es que creo que la única forma de lidiar con estas cosas es entender que uno es un huevón más, un escritor entre miles, entre millones. Si te haces el lindo, si le dices “no” al mundo, a los medios, a la gente que se quiere acercar, te van a salir a cazar. Con palos y antorchas. Es mejor dejar que todas estas cosas te atraviesen, como dice la letanía contra el miedo de las Bene Gesserit, porque una vez que pasan, no dejan nada atrás, y tú quedas ahí, solo, donde mismo.

 -Ante el interés que ha despertado tu libro en el mundo editorial europeo ¿cómo definirías tu relación con el ego?

-Cualquier escritor que se exponga a los peligros de la literatura tiene que desarrollar un ego bastante sólido, granítico incluso, porque esta es una vocación absurda y llena de trampas. Un ego sano es absolutamente necesario para escribir. Pero uno no escribe con el ego, sino con la parte de atrás del cerebro. Con el ego se edita. Creo que lo que te protege del éxito y del reconocimiento es la obsesión. Si tú escribes por compulsión, por una necesidad de saber, si escribes porque no te queda otra, vas a hacerlo toda tu vida, te vaya bien o mal. Lo demás es paja molida, pero una paja que hay que saber moldear para construir un fuerte, lo más sólido posible, que te proteja de ti mismo y de los demás. 

 

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